Hubo un tiempo en el que tuvimos que aprender
que la mayor parte del camino
lo andaríamos solos.
No por eso dejó de ser bonito
compartir victorias y derrotas
con los que por aquel entonces,
caminaban a nuestro lado.
Crecimos con la inocencia de quien cree en los Reyes.
En los Magos aún lo sigo haciendo,
y son las mejores personas que he conocido.
Crecimos sin ser conscientes
de que las responsabilidades también lo hacían.
Aprendimos que llorar no bajaba a nadie del cielo
y echar de menos no encendía cenizas ya apagadas.
Nos peleamos con la vida,
la culpamos,
la insultamos…
hasta que nos dimos cuenta de que era lo único que teníamos.
Me hubiese gustado ver crecer a los que un día
me enseñaron más que todas esas clases aburridas
en las que el tiempo pasaba a cámara lenta.
Me hubiese gustado dar las gracias a quién se fue antes de tiempo,
para que nunca olvidase
que yo no iba a hacerlo.
Aprendí a no poner la otra mejilla
cuando solo conseguía un hinchazón en la cara
y una impotencia fruto de injusticias a las que no debimos dejar
pasar.
Y aprendí también,
que a veces la ponías esperando una torta,
y recibías un beso.
Me enseñaron la diferencia entre buena y tonta.
Y decidí,
que quería luchar por tener el corazón más grande que la talla de
sujetador,
pero pensando también,
en la única persona que estaría conmigo toda mi vida.
Alguien que me costó apreciar y entender,
aunque aún no lo haya conseguido del todo.
A esta,
a la que ves aunque no entiendas,
la que se enamoró de la poesía antes que de cualquier persona.
La que no sabe callar a tiempo
y lo arregla pidiendo perdón.
La que vive en las nubes
para ver más de cerca las estrellas.
La que canta,
mal
pero igual de alto que si lo hiciera bien.
La que a veces confunde utopía con realidad,
pero está más cerca de volar
que los que la juraron que no podría hacerlo.
La que yo entiendo y aprecio
ResponderEliminarLa que me salva de mi misma
cada vez que me hundo
La única que se ríe en toda la calle
La única